En lugar de seguir el camino de la protección de industrias a corto plazo, es fundamental considerar propuestas
que promuevan un comercio más justo, solidario, sostenible y protector de derechos laborales.

Ha sido el tema de la semana: los aranceles. Desde tertulias de radio, televisión, internet, cafetería,… No se ha hablado de otra cosa. Lo ha eclipsado absolutamente todo. Esta semana ya no ha habido guerra en Ucrania ni en Gaza, solo guerras arancelarias.

Donald Trump anunció el pasado 9 de abril una vasta lista de aranceles que afectarán a infinidad de países, calculados sobre la base de los déficits comerciales bilaterales, y desde todos los ángulos posibles se visiona el estallido mundial.

Ha generado tal incertidumbre que a los mercados los ha vuelto locos. Y cuando los mercados se vuelven locos entran en pánico y a los inversores les da por deshacerse de todo lo que pueda oler a podrido, provocando el desplome bursátil y haciendo que los multimillonarios sean un poco menos multimillonarios.

Pero mira por dónde, tras el último anuncio de aplazamiento por 90 días de los aranceles de EEUU, la bolsa despunta alcanzando un alza del 12%, consiguiendo que las diez mayores fortunas recuperaran 107.000 millones de dólares en solo unas horas. Y no sólo eso, sino que esas caídas generalizadas en las bolsas han permitido aprovecharse de las mayores gangas siguiendo la consigna que ya revelara el especulador y multimillonario Warrant Buffet: “tener miedo cuando otros son codiciosos y ser codicioso cuando otros tienen miedo”. Así funciona el gran casino de la economía mundial.

Por otra parte, analistas tanto de corte económico como político han aventurado la cadena de impactos que provocará este aumento de aranceles. Mientras que el osado Trump sólo ve países “abusadores” que han “saqueado” a Estados Unidos al imponer gravámenes y otras barreras a sus productos, la mayoría de la voces hablan de restricciones al libre comercio, de inflación (o estanflación), tipos de interés altos (o bajos) pero, sobre todo, de recesión o caídas en el crecimiento económico

Porque el principal objetivo del comercio internacional, de facto, es el incremento del PIB (Producto Interior Bruto), por mucho que en los tratados de libre comercio como la OMC (Organización Mundial del Comercio) conste que el objetivo sea “conseguir un comercio fluido, previsible y libre y utilizar este comercio como medio para mejorar el nivel de vida de la población, crear empleos mejores y promover el desarrollo sostenible”.

En la 13ª Conferencia Ministerial de la OMC (marzo de 2024). la Federación Sindical Internacional de Trabajadores/as de los Servicios Públicos sostenía que “rara vez, o nunca, los gobiernos son consultados sobre normas comerciales que restringen su capacidad para estimular las economías locales y regular la inversión de modo que disfrutemos de los servicios públicos de calidad que necesitamos”.

En un mundo cada vez más interconectado, el comercio internacional juega un papel crucial en la economía global pero a menudo se basa en relaciones asimétricas. Las naciones más poderosas suelen dictar las reglas del juego, dejando a los países en desarrollo en una posición de desventaja. Esto se traduce en un comercio que invisibiliza los costes ecológicos, los sanitarios, los laborales, viola los derechos humanos y practica la evasión fiscal

La actual guerra arancelaria ofrece una oportunidad única para repensar y reorientar las reglas del comercio internacional. En lugar de seguir el camino de la protección de industrias a corto plazo, es fundamental considerar propuestas que promuevan un comercio más justo, solidario, sostenible y protector de derechos laborales.

Una propuesta podría ser la implementación de aranceles diferenciados que no solo consideren el valor económico de los productos y servicios, sino también su impacto social y medioambiental. Por ejemplo, se podrían establecer aranceles más altos para productos que no cumplan con estándares laborales y ambientales, incentivando así a las empresas a adoptar prácticas más responsables.

Es lo que vienen promoviendo modelos alternativos de entender la economía, como la Economía del Bien Común (EBC) en lo que respecta al comercio internacional. En lugar de centrarse únicamente en la maximización de beneficios económicos, la EBC aboga por un comercio que respete los derechos humanos, fomente la justicia social y proteja el medio ambiente. Esto implica que las organizaciones tanto públicas como privadas, deben considerar el impacto positivo o negativo (el balance) que generan en la sociedad, no sólo en términos de rentabilidad económica sino también en términos de beneficio social y medioambiental

Respecto a la aplicación de aranceles, la economía del bien común propone que estos no solo se utilicen como herramientas proteccionistas, sino que también se diseñen para promover prácticas comerciales responsables. De esta manera, se busca crear un entorno donde el comercio no solo incremente el PIB, sino que también contribuya al bienestar de las comunidades y del planeta.

Carmen Rodríguez Morilla
EBC -Sevilla
Publicado originalmente en El Diario.es