Está constatado que el turismo es el sector más afectado por las consecuencias del COVID-19. Solo la hostelería, representa el 6.2% del PIB nacional, genera 1.7 millones de puestos de trabajo y 124 mil millones de euros al año, no teniendo en cuenta todos los servicios complementarios que dependen igualmente del mismo. En gran parte, el sector depende del turismo internacional, que se ha visto cortado por completo por las medidas sanitarias y restricciones de movilidad. La recuperación de estos mercados se prevén a medio plazo, por lo que la supervivencia del sector a corto plazo va a depender del mercado nacional.

En este contexto la importancia del localismo, adquiere una nueva dimensión. Los protocolos que se deberán adoptar según vayamos regresando a la “nueva normalidad” sumado a una nueva sensibilización de la población para apoyar iniciativas sociales y, sea dicho, medioambientales, hace que los valores que se ven representados en la Economía del Bien Común, tengan especial relevancia y apuntan hacia la matriz del bien común como herramienta indispensable para ayudar a las empresas a enfocar sus procesos de reconstrucción.

En los últimos meses hemos podido ver la necesidad e importancia de ser resilientes a la hora de abastecernos de los productos esenciales para la supervivencia, y la alimentación ha sido un buen ejemplo de ello, poniendo en valor el trabajo de nuestros agricultores, artesanos y otros tantos que han permitido que atravesemos con menor impacto este confinamiento. Se ha puesto en valor el papel de las áreas rurales en nuestro día a día urbano y hemos visto como en todas las localidades se ha vuelto a la colaboración para salir adelante.

Cada localidad ha sacado lo mejor de sí mismo y hemos visto la diversidad que hace de nuestra provincia algo único, con experiencias únicas, creatividad y, sobre todo, mucho salero, esa alegría que caracteriza nuestra idiosincrasia. El turista nuevo, motivado por la nueva sensibilización y alentado por el deterioro del poder adquisitivo por la crisis económica que se avecina, va a buscar experiencias autóctonas en un emplazamiento menos sofisticado y más arraigado a la tierra. Va a querer conocer de primera mano de dónde vienen su alimento, saber que lo que consume va ir en beneficio de la sociedad y se va a querer enriquecer de la recuperación de nuestras tradiciones etnográficas que tan vinculadas están a una convivencia comunitaria y del cual depende la supervivencia de todos.

En poco tiempo hemos visto nacer muchas iniciativas locales, grupos de consumo y de apoyo que están volviendo a crear ese vínculo de comunidad, donde “lo nuestro” es importante, donde el producto local es motivo de orgullo y donde ante la caída de un suministro global vemos asegurada nuestro abastecimiento; se le va a dar más relevancia a la espiritualidad y menos al materialismo. Lo curioso, es que los avances tecnológicos, siempre tan vinculados a nuevos productos y a un marketing abrumador, ahora está sirviendo de catalizador para facilitar esta nueva dinámica comunitaria. El block-chain está permitiendo la creación de infinidad de aplicaciones, que a la vez que garantiza nuestra privacidad, permite mantener la modernidad en la puesta en escena y las transacciones de nuestras actividades más tradicionales, haciéndolas accesibles a nuestros visitantes.

Me decía un amigo, que de nada sirve levantar una empresa si de ante mano no sabes si hay una demanda por el servicio/producto que vas a ofrecer, pero soy de la opinión que estamos en un cruce de caminos donde la sociedad no sabe lo que le va a presentar el futuro; todo está por reinventar y lo que está claro es que no queremos volver al pasado. La oportunidad de innovar en estos momentos, de ofrecer algo nuevo que sorprenda a nuestro turista a la vez que ayude a nuestra sociedad y respete nuestro medioambiente, permite que aboguemos por probar nuevas ideas, de reconstruir desde la colaboración inclusiva de todos, de aceptar el fracaso como una oportunidad para probar algo nuevo, ya que no hay nada que perder, porque la misma vida, la naturaleza, son así; están constantemente innovando, adaptándose, evolucionando y así, sobreviviendo. ¡Por lo que debemos aprovechar este momento para reinventar el turismo gaditano desde nuestras propias semillas autóctonas!

Ya son varias las asociaciones turísticas gaditanas que abogan por un turismo más “sostenible” “regenerativo” que tenga en cuenta los aspectos sociales y medioambientales. Hablan de la Economía Circular, de la Economía de la Rosquilla, de la Economía del Bien común…, incluso desde la administración y la academia también resuenan voces que apuntan en esta dirección. Pero paradójicamente, en estos tiempos que corren, no parece haber una estrategia alineada, no parece haber una colaboración, una inclusión social, una hoja de ruta que abrace las distintas iniciativas bajo un paraguas común.

Desde aquí, hago un llamamiento para que los distintos agentes, se sienten alrededor de una mesa, y que acuerden una estrategia común para que esos valores, descritos con claridad en la Matriz del Bien Común, se pongan al servicio de ayuntamientos y asociaciones, de empresas y proyectos, para que el turismo, no solo se recupere de manera innovadora y sostenible, sino que sirva de motor de regeneración económico para toda la provincia y en particular de las zonas rurales, donde sobreviven tantas de esas personas, que en estas últimas semanas han sido nuestros héroes, a la vanguardia de la lucha contra el COVID-19, con su dedicación, su sacrificio y su gran amor por la tierra y su comunidad.

Enseñémosles a nuestros visitantes el corazón abierto de los Gaditanos, los auténticos, y sintámonos orgullosos de nuestro espectacular legado, creámonoslo. Ellos nunca nos olvidarán y siempre, siempre, querrán volver.

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Sacha Bernal Coates
Campo Energía EBC Cádiz